Capítulo IV

Una ardillita que estaba trepándose a un árbol hizo un ruido y la niña se volteó.  Se quedó mirando al niño entre asombrada y curiosa.  Él se sonrió y le dijo: “¡Hola!  ¡A mí también me encanta este lugar!  Todos los días vengo aquí y me siento justo donde tú estás a mirar las gotas mientras van cayendo”.  La niña le sonrió de vuelta y con la mano le hizo un gesto para que se acercara y se sentara a su lado, mientras se movía hacia un lado para hacerle un espacio.  El niño aceptó la invitación y se sentó al lado de la niña, sin decir ninguna otra palabra.

Así permanecieron por un rato, en silencio, concentrándose en las gotas y admirando las bellas flores.  La niña de repente le dijo, “¿Sabes? Esta es la primera vez que yo vengo a este lugar… ¡Me encanta!  Me acabo de mudar… ahora estoy viviendo con mi abuelita… Tuve que dejar todo lo que antes conocía… todo lo que antes era parte de mi vida… Llegué apenas ayer y he llorando tanto…”  El niño la miró y sus ojos se encontraron.  Al mirarla, pensó que los ojos de la niña brillaban como las estrellas… estaban llenos de lágrimas.

El niño pensó que si los ojos eran el espejo del alma, ella debía tener un alma bella, porque sus ojos se veían puros e inocentes.  Ahora entendía por qué le había parecido que la niña estaba triste… Mirando sus ojos llenos de lágrimas, podía leer en ellos su tristeza… Esos ojos eran casi como un libro abierto para que él leyera y comprendiera… El niño le dijo: “Yo también he llorado y he visto llorar… Esas gotas que caen sobre la piedra se parecen a nuestras lágrimas… Fíjate como ellas sirven para regar las bellas flores que están alrededor de la piedra… Tus lágrimas, que están llenas de sentimientos, también regarán a todos a tu alrededor”.  Sorprendida, la niña le preguntó: “¿Cómo es eso?”.

“Bueno”, le dijo el niño… “a mí, por ejemplo, me están regando.  Al saber que tú has llorado, mi corazón se conmueve y puedo ofrecer refugio a los demás, cuando llueve”.

La niña sonrió con una bellísima sonrisa y le dijo: “¿Eres poeta?”… “No”, contestó el niño… “simplemente me salió así”… “La inspiración hace que nuestras palabras no salgan de nuestra boca sino de nuestro corazón”.

La niña volvió a sonreír.  Después, ambos volvieron a quedarse en silencio, mirando las gotas cayendo sobre la piedra y esparciéndose después sobre las bellas flores de todos los colores.