¿Por qué temer al hombre, cuando Dios mismo nos ha dicho que no hay nada que temer?

Él ha dicho: “Oídme, los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley.  No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes.  Porque como a vestidura los comerá polilla, como a lana los comerá gusano; pero mi justicia permanecerá perpetuamente y mi salvación por siglos de siglos” (Isaías 51:7-8).

Es a Dios a quien debemos amar.  Es en Dios en quien debemos buscar consuelo.  Es a Dios a quien debemos escuchar y es en Su justicia en la que debemos creer.

Porque… ¿Qué importa lo que digan los demás?… ¿Qué importa lo que piensen los demás?… Sólo Dios puede ver nuestro corazón… Sólo Dios puede conocer nuestra intención…Sólo Dios conoce nuestros sentimientos… Sólo Dios conoce todos nuestros pensamientos y sólo Dios conoce todas nuestras acciones y todas nuestras omisiones.

La instrucción de no temer, en el texto citado, está dirigido a aquéllos que conocen justicia…al pueblo en cuyo corazón está la ley de Dios… Entonces, eso es lo que nosotros debemos buscar… debemos lograr pertenecer a ese grupo al cual Dios se dirige para que no teman.  Debemos buscar hablar con la verdad, conocer la justicia de Dios, llevar Su ley en nuestro corazón,  alabarlo sobre todas las cosas, ponerlo como número 0, antes de 1, en nuestras vidas, y confiar en Él, en su bondad y en Su amor.

Ahora bien, recordemos siempre que llevar Su ley en nuestro corazón no significa cumplir con las apariencias, mientras por dentro hay suciedad, mentira y pensamientos negativos.  Llevar Su ley en Su corazón significa que entendemos Su ley, que forma parte de nuestra naturaleza y que es nuestro máximo deseo cumplir esa ley y agradar a nuestro Padre.  Como humanos, débiles en la carne y en el espíritu, puede haber momentos en nuestra vida en que fallemos y caigamos.  En esos momentos, lo importante será aferrarnos a Dios.  Aceptar nuestra debilidad.  Suplicarle que nos ayude a salir de las redes, de las telarañas y de los lazos del cazador y tener la firme intención de no volver a caer.  Nuestro Padre, con Su gracia y Su misericordia, nos cubrirá con Su manto de amor y de Paz y nos dará la fuerza a través de Su Espíritu para liberarnos y para acercarnos a Él.

¡No tengamos temor!  Enfrentemos  la maldad y la injusticia.  Sigamos los pasos de Jesucristo quien en el nombre de Su Padre se rebeló para defender la verdad y la justicia y se enfrentó a quienes tenían el poder y creían tener toda la verdad en sus manos.  Si bien es cierto que Jesucristo fue crucificado justo por esos fariseos, Él murió, fue sepultado y resucitó y aún hoy, más de dos milenios después, lo recordamos, lo alabamos y le agradecemos nuestra salvación.