Para vivir una vida
con propósito y razón,
entendamos que tenemos
asignada una misión.
Que vinimos a este mundo
para lograr completar
un objetivo trazado
mucho antes de comenzar.
Para entender la misión
debemos estar dispuestos,
con el cuerpo fuerte y sano
y nuestro espíritu presto.
Y debemos con cuidado
hacer una introspección,
para entender claramente
qué persigue el corazón.
Porque si creemos que solos
en la misión triunfaremos,
no es difícil predecir
que es probable que fallemos.
Porque hasta los mejores
tuvieron varias caídas,
y fue solo nuestro Dios
quien alivió sus heridas.
¿Cómo podemos movernos
con un interés sincero,
si la médula está llena
de poder y de dinero?
¿Cómo podemos desear
y anhelar superación,
si en nuestro espíritu reina
sólo una gran ambición?
¿Cómo podemos brindar
amor a nuestros hermanos,
si vivimos temerosos
como quien anda en pantanos?
Sólo se vive una vida
con propósito y razón,
cuando priva el “deber ser”
y se cumple una función.
Cuando uno tiene su alma
llena de fuerza y pasión
y entiende muy claramente
su destino y su misión.
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